se desvanece
tras la negrura del bosque
extirpa su día
para venirse sobre la noche
tan viejo como el Universo
arrastra la soledad y se condena
a lo eterno
como un aborigen hincado
renace con su pecho ígneo
así vive las horas
junto a las umbras de 120.000 kilómetros
atorado de dar vida
su precio lo hace inasequible por eso
nos condena a no verle las pupilas
a beberle todo el calor del verano
aguardarlo aciagos en los tiempos invernales
junto a los martirios helados
hasta que llega
y le pone dientes a las bocas
está ahí anunciando la divinidad
abrasando los terrones
las pelambres de la hierba
el corazón de los mortecinos
sacrifica las horas de julio de agosto
para mimar a la luna
al goteante amigo de la nocturnidad
que une ambas manos
retorna mostrando su silueta al mar
se mira en él creando una obra pictórica
una saliva de colores
entonces
allí se desangra
sobre la inmensidad
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