miércoles, 7 de abril de 2010

Albor





He comprendido que de mis letras
no soy el dueño.

Que regalo la locura
de los sentimientos que enseño.

Ninguno sabrá quién soy
ni quién he sido.

Soy recuerdo de nostalgias
y carguero de muertos que no olvido.

Del rezagado soy amigo
y del disidente testigo.

Dejo tinta como huella
en el corazón del labriego.

Hambriento tengo el ego
y desesperada la razón.

Las mejillas de arrebol
y pecho sonriente de albor.

Un poeta corazón
y un manifiesto testimonial.

Con mi mano de imparcial
bofeteo fuerte a la muerte y a todo el que siembre el mal.

La Casa de la Vergüenza



La casa de la vergüenza
tiene sus puertas abiertas,
racimo de uva en la reja
y espada con experiencia.

Pupila de seda verde
en la cornisa
de la tristeza.

Facciones de un rostro amargo
que besa el hielo,
corazón bravo con vil recelo,
en su letargo y su dignidad.

Se clava como un puñal
en su vanidad.

Tejiendo en su alma una trenza,
con la vergüenza
no hay que jugar.

Ombligo de la mentira,
al que ama mucho suele atacar.

La fruta que no la tiene
sin duda nunca
ha de madurar.

Pero sí, ha de morir sola…
como el gusano,
sin suplicar.

naciendo

 hay ahí una eternidad un sendero donde me paro y mis manos son íntimas placebo de sus pieles voces de mi intelecto a quién acudo de vez en ...