benteveos en la siesta
donde los ciruelos
perfuman y acarician
me mece un sillón anaranjado
mientras nace una cascada de mi frente
mis manos florecidas
revuelven las partículas de la tarde
y una amapola late en mi lado izquierdo
donde los sentidos se acurrucan
estoy poseído
me invaden
embrujos de la naturaleza
un arroyo insiste
en gastar las piedras de mi estómago
la tibieza de esos días me persuade
la completa libertad
la niñez
mis pies han hecho raíces
en aquel sitio
raíces añejas
imposibles de arrancar
mantos de hojas secas
cubren este corazón empecinado
camino sobre ellas
masticando flores de acacia
yo
ese niño
yo
este niño
coleccionista de piedras eternas
en plazas arquitectónicas
escondido en pinos a ras del piso
sin querer salir nunca de allí
todos mis días
a la infancia
voy y vengo
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